martes, 1 de diciembre de 2009

Ante la puerta de entrada del convento... / Fafahrd

Ante la puerta de entrada del convento me senté a esperarla. Cerré los ojos para verla de nuevo, alta, delgada, de ojos suaves y fuerte mirada... casi un manga vampírico.

La primera vez que la ví pense que era un hombre, a fin de cuentas se trataba de una fotografía borrosa en una página web perdida. En ése entonces yo escribía de oscuros temas esotéricos, de esos que entretienen al común de la gente y sólo unos pocos dominan o saben cómo funcionan, descubrí que ella también... aunque en la proyección del ciberespacio que yo tenía, ella era él.

Me contacté al e-mail que publicaba y descubrí un alma afín, que era lo que buscaba, sólo que con un empaque distinto al que suponía. Trabajamos juntos, siempre a través de la red, compartiendo ideas acerca de nuestras investigaciones y de los misterios de la vida que de tanto en tanto nos sacudían a ambos. A veces uno de los dos se desahogaba con el otro, descargando su dolor por banda ancha para llevarlo entre los dos, así suele ser más fácil.

Hubo temporadas de silencio también, donde un vistazo a los nicks y subnicks del mensajero instantáneo bastaban para saber que cada uno seguía vivo y más o menos como se encontraba. Pasos a través de los días y días a través del laberinto nos alejaron y acercaron, cosa sin importancia habiendo red. Era rico estar con ella, cada uno hablaba cuando le apetecía, y una mirada bastaba las más de las veces.

Se celebraron bodas, hubo amores, algunos amantes, alegrías, decepciones, cocinas y subyugos; también risas, paseos, carcajadas, antigüedades, llantos, familia e incluso alguna foto perdida entre celulares. Y gatos, infaltables.

Entre la inconstancia pasaron más de tres años de convivencia entre bits. Uno de esos días, pasó algo distinto... pues, tras un amor, su corazón se resquebrajó, sangró y dejó ver una luz. Una pequeña ave fosforecente pió, mirando a su alrededor sacudió sus patas para librarse de las cáscaras cardiacas. La araña de la red me contó todo eso...

Y ahora espero, ante la puerta de entrada del convento, para darle la bienvenida al mundo.

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