viernes, 19 de marzo de 2010

Del Jardín Zen / Fafahrd

El bonsai suele ser la representación de un árbol milenario que ha sobrevivido a tormentas, temblores, inundaciones y termitas, manteniendose en pie a pesar de estar algo torcido. Es el sabio antepasado que lleva con orgullo las crueles enseñanzas de la vida, que al cuidarlo, te enseñará. Esa mañana descubrí que mi bonsai estaba muerto.

No podía quitarle la vista de encima, sentí mis ojos medio botados y el reflejo de "ojito Remi" aflorar. Me gustaba mi bonsai, así con algunas ramillas atadas y una cuidadosa selección de que partes tenían sol y cuales no. Lo había regado, acicalado, podado, le hablé bonito y le conte mis penas, y ahí estaba su cadáver, al lado del jardín zen -que Dumas usa de baño-.

Incapaz de tocarlo, decidí ignorarlo, como si fuera a desaparecer por sí solo. Durante días me negué a reconocer la realidad, pero tampoco deseaba soltarlo, me gustaba mi bonsai y mi esfuerzo me costó hasta la más patética de sus torceduras. Cuando me lo dieron era un árbol sano.

Finalmente, leyendo acerca de los egipcios, pensé en que podía embalsamarlo, para tenerlo relativamente a salvo, como un recuerdo de una buena época.

No tenía idea de se momifica un árbol, no tiene órganos que quitarle... así que opté por barnizarlo, a fin de cuentas ya había perdido todas sus hojas. Una breve visita a la tlapalería, al regreso del trabajo, y ya me encontraba armado.

Me instalé, acomodé el bonsai frente a mí y lo fuí cubriendo de capas de barniz, no quedó nada mal... fuera de un aspecto frío y triste, patético. Lo dejé en un estante y me olvidé de él.

Hoy volví a casa sonriente, algo sacudido pero optimista. Tengo la cabeza llena de sueños vagos, mientras contemplo la flor que rompió el barniz.

Mañana he de poner el bonsai, de nuevo al sol.

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