viernes, 5 de marzo de 2010

Un sinsentido nutricional / Rox

Desde niña me decían Flaca. No sólo era mi apodo, sino que también era una manera de diferenciarme de mi hermana, quien era el orgullo de mi familia, por ser inteligente, sonriente, amable, divertida, etcétera. Mis padres también eran llenitos y cuando caminábamos los 4 por la calle, la gente me miraba con cuestionamientos. Tal vez y algún día papá vio a mamá de esa forma.

Yo me esforzaba por comer más, pero la grasa en mi cintura no se acumulaba. Eres de las afortunadas de rápido metabolismo, me dijo mi nutriólogo, cuando sorprendido le dije que quería engordar.

En la preparatoria, cuando todas mis amigas cuidaban lo que comían, yo seguía tragando mi bolsa de Fri-tos con Coca por la tarde. Cuando comencé a trabajar, era más fácil comer pizzas y tortas que andar cargando con desabridas ensaladas. Mi noble cuerpo resistía con valentía los embates de los carbohidratos y calorías.
Pero al día siguiente de cumplir los treinta años, una lonja brotó en mi abdomen y cada día hacía más difícil la imperiosa tarea de subir el cierre del pantalón. Mis pequeños pechos también se comenzaron a llenar, así como las pantorrillas que aparentaban ser un par de patas de palo.

Mi nueva forma física me gustaba mucho. Por fin, después de 15 años, el metabolismo me hacía justicia.

Dos tallas de pantalón después, mi familia se comenzó a preocupar. Me recomendaron ir a un nutriólogo, quien los calmó con un “ser talla 9 no es tan alarmante, está perfectamente sana”. Y en efecto, yo me sentía sana y feliz. Mi marido agarraba con cariño mis lonjitas y las nalgadas tan necesarias en el momento del amor se sentían mucho mejor.

Mi reflejo de cuerpo completo me seguía agradando cuando llegué a la talla 13 de pantalón. Mis casi 70 kilos se repartían con hermosura y mis enormes cachetes siempre estaban sonrojados. Por supuesto, a mi esposo no le pareció así. Comenzaron las discusiones por el “ya no comas tantas gorditas” y “siempre me dijiste que mi físico no te importaba”.

Los 7 kilos que gané en dos meses me hicieron perder al marido. 8 Kilos después del divorcio mis padres me intentaron mandar a un “rancho de dietas” por lo que también terminé perdiéndolos.

En el inter abandoné a mi psicóloga quien me aseguró que tenía una enfermedad mental. Como bulimia, pero al revés. Alegaba que ambas enfermedades tienen el mismo origen: la insatisfacción por el reflejo que el espejo te manda. Sé que tiene algo de razón, porque yo quería más.

Ahora, que rozo los 100 kilos con mi 1.60 de estatura, en el seguro social me catalogaron con obesidad mórbida. Yo digo que unos 10 kilitos más y ya. Lo prometo.

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